Hay ocasiones en las que el Presidente del Gobierno no sólo parece mentir, sino que lo hace. Y cuando se miente desde un cargo institucional tiene un grave trasfondo que es tomar el pelo a la ciudadanía, un tipo, llamémoslo, de corrupción lingüística que termina por causar destrozos institucionales, pero también enfrentamientos personales entre la ciudadanía.
Y todo esto viene a colación de ese inesperado esperado cambio de Gobierno. Si bien se nos ha dibujado como una decisión casi determinante y meditada, pero a la vez precipitada por parte de Sánchez no cabe duda de que está cuadrada al milímetro y que sus protagonistas eran mucho más conscientes de que esos cambios se iban a producir.
Era vox populi que la vicepresidenta primera de España, Carmen Calvo, tenía la determinación de salir del ejecutivo. También estaba claro que Sánchez debía refrescar algunos ministerios que han quedado excesivamente “tocados” por la gestión de las crisis que estamos sufriendo. Y no me refiero únicamente a la de la pandemia, sino también a la crisis generada por los acuerdos con los grupos políticos independentistas que apoyan al Gobierno en el Congreso y que no hacen sino llevar a cabo un tipo de cogobernanza en la que, sin estar en el ejecutivo, condicionan todas y cada una de las políticas que salen del Consejo de Ministros.
Y para ello no sólo tienen esa “alianza” con los del PSOE, sino que tienen a su brazo político experto en destrozar sistemas con la única intención de reconstruirlos a imagen y semejanza del ensoñamiento marxista leninista, un PODEMOS al que ni se ha atrevido a tocar ninguno de sus ministros. Y esto quizás porque no se lo han permitido (válgame la arrogancia de subrayar las limitaciones del poder del todopoderoso), o bien porque le interesa que los que ahora los representan le ayuden a debilitarles aún más y así consumar aquella estrategia de la mantis religiosa que se come al macho después de aparearse con él.
Así se entiende el gesto más inteligente que tuvo Iglesias, marcharse a tiempo antes de ser devorado por su incapacidad para destrozar más desde dentro y por las que se veía venir. La muerte súbita de un proyecto tan utópico como el creer que los partidos independentistas en el Gobierno catalán son interlocutores validos en un tú a tú con el Gobierno de España sin que esto tenga consecuencias a todos los niveles del Estado, muy especialmente en la relación que tiene con el resto de comunidades autónomas.
Así las cosas, pareciera que se nos presenta un nuevo Gobierno con nuevas caras, como si se hubiesen borrado del mapa las ineptitudes de los salientes o incluso las de algunos de los que se quedan, como el Ministro Marlaska o el Ministro consumido en su inacción y en sus meteduras de pata Alberto Garzón, máximo representante de Izquierda ¿Unida? En España. Casi nada.
Y también pareciera que estamos ante una crisis de órdago, no sólo sanitaria, sino también económica, alentada, sin duda, por el descontrol en las subidas continuas de las energías y los carburantes, pero también en el aumento del gasto de los ciudadanos por las anunciadas subidas de impuestos o incluso la imposición pretendida de tener que pagar por viajar en las tan maltrechas autovías del Estado, que animan más a cambiar amortiguadores que a cruzarlas de cómo la calidad de sus ejecuciones han degradado en una secesión de baches que han tenido como consecuencia la bajada de la velocidad de los vehículos cada dos por tres al atravesarlas.
También podemos hablar de una crisis social, ocasionada por esos enfrentamientos ideológicos estériles que sólo sirven a la izquierda que Gobierna, incluidos los independentistas, para atizar el látigo del odio y del rencor, de la visión histórica sesgada y parcial, atemporal y catastrofista de una Historia de este país en la que posiblemente sin su existencia no habría atravesado muchas decepciones y enfrentamientos. Aún espero explicaciones del PSOE a esas declaraciones de Largo Caballero en las que aseguraba pretender hacer de la España del 36 una República Comunista como la de la antigua URSS. Claro que algunos parece que cada vez tenemos más claros los analogismos entre el PSOE del 36 de Largo Caballero y el del PSOE actual, con parecidos acuerdos de Gobierno.
Cuando aquellos que nos gobiernan, sean del signo político que sean, anteponen sus ambiciones personales y poder al interés general, o ponen precio a ese poder y a esas ambiciones haciendo que los ciudadanos paguen cualquier precio por él nos encontramos ante un gran problema. Y el problema no es ya ideológico, sino de conciencia, de dignidad y de supervivencia. Muchas son las decisiones que se están tomando en las que el Gobierno trata a toda costa de hacerse con el control de todos los poderes del Estado a cualquier costa. Ahora les pediría que le preguntasen a algún ciudadano que viva en nuestro país y que tenga su origen en Venezuela. Les explicarán que así comenzó todo en su país. Ahora sólo miren qué ha ocurrido y dónde se encuentran. Como bien decía George Bernard Shaw, “El poder no corrompe; los tontos, sin embargo, si llegan a una posición de poder, corrompen al poder”.