Cuando en una sociedad se politizan las emociones, las luchas, las aspiraciones, los miedos, los derechos como instrumento de chantaje, como instrumento de cambio… Cuando se llevan a cabo imposiciones ideológicas, de unos y de otros que no tienen que ver con derechos fundamentales sino con una lectura ideologizada de la Historia o de la realidad… Cuando en esas imposiciones no existe el debate argumentado, sereno y coherente, con aspiraciones de consenso, de llegar a una verdad que nos haga a todos libres de las ataduras que producen, siempre, esas imposiciones… Cuando el resultado final de las políticas son efectos justamente adversos, contrarios a los que se proponían y promulgaban…
Cuando se invierte en seguridad y el país se vuelve más inseguro, con más agresiones y muertes por violencia, cuando se invierte en empleo y el desempleo crece, cuando se apuesta por la internacionalización y crecen los conflictos con terceros, cuando se vende una mejora de la calidad de vida, pero se suben los impuestos y esto no repercute sino en la subida de los precios muy por encima de los sueldos… Cuando se habla de igualdad, pero se consienten, permiten y alientan las desigualdades territoriales, la distinción de derechos dependiendo del lugar en el que se viva dentro de un mismo Estado, cuando se negocia amenazando esa igualdad desde el Gobierno en nombre de todos… Cuando se habla de paz, pero se denominan a terroristas como hombres de paz y se criminalizan a adversarios de partidos políticos legales y con representación en las instituciones por pensar diferente negándoseles el diálogo…
Cuando se culpabiliza a otros del fracaso de las políticas educativas, de los desastres en las notas, de algunos comportamientos, hasta de las diferencias en materia de educación entre los distintos territorios, del interés de los menores por el aprendizaje, de la gestión de los recursos materiales y humanos en los centros escolares, de las imposiciones lingüísticas, cuando incluso se fomenta desde el partido que gobierna el Estado en algunos territorios el totalitarismo lingüístico segregador y marginador, excluyente…
Cuando todo esto ocurre y los ciudadanos no son del todo conscientes de que están siendo manipulados, sus vidas y sus sentimientos, sus aspiraciones y su futuro, su realidad y sus intereses… la sociedad está enferma por la ideología de un fanatismo que les impide ver en aquellos responsables de sus desgracias a los verdaderos verdugos de su presente y de su destino. Y si verdaderamente esto me produce auténtico asco mental, repugnancia humanista, a veces no menos me produce la reacción de una oposición basada en un ombliguismo que rezuma no ambicionar un cambio en las formas, sino más bien un “quítate tú que me pongo yo” para hacer lo mismo, pero con sus propias ideas e imposiciones.
Son los tiempos de las verdades absolutas basadas en un seguidismo absurdo auspiciado por una falta absoluta de capacidad crítica, de ser capaces de discernir hasta dónde llega la verdad y hasta dónde las intenciones. La sociedad ha desnudado tanto su alma política que se la han arrebatado unos y otros, falsos mesías de una religión que jamás podrá responder ni satisfacer las necesidades de nadie que no sean aquellos que manipulan para su propio beneficio. ¿Y aún no nos damos cuenta?
La política, que no dejo de recordar, que se ha convertido en ser capaz de parecer más que en ser, es el César de nuestra vida, no el Dios que nos salvará de los infiernos. Ante Dios hay que tener fe, pero ante César hay que ser capaces de exigirle aquello que pertenece al ámbito de lo civil, de nuestros derechos y obligaciones, de una protección que nos da la ciudadanía, pero también de una capacidad de exigir lo que es justo. Y la clase política es el instrumento de la ciudadanía y no lo contrario.
A menudo, a través de los partidos políticos, se ha instaurado la necesidad de convertir a los líderes en mesías, en seres perfectos exentos de error en una instrumentalización del monoteísmo que bien recuerda en algunos hechos a las vivencias de los dioses indios enfrentados. El líder ajeno se convierte así en un falso mesías, en un falso dios al que hay que desenmascarar y combatir. ¿Y por qué no los desenmascaramos a todos en aquello que consideremos necesario y les aplaudimos en aquello en lo que realmente sea coherente?
El problema de todo esto es que, con la falta de debates políticos sobre cuestiones trascendentes de altura nos encontramos con que la política se ha convertido en un partido de tenis multibanda en el que sólo esperamos el acierto de nuestro jugador sobre el resto para poder aplaudir su momento de gloria, sea el que sea o adonde se dirija. Hay veces que observo con tristeza cómo el Gobierno lleva a cabo una labor tan protectora sobre algunas cuestiones o colectivos que recuerdo a esos chavales sobreprotegidos que al final no saben caminar solos por la vida sin la mano de sus padres. Y quizás sea parte de la instrumentalización que hace el Gobierno de estos colectivos.
El día en el que estos colectivos se den cuenta del enorme daño que la custodia continua que algunos partidos hacen de sus derechos les ocasiona se percatarán de que no han llegado para hacerlos libres, sino para hacerlos propios, y de lo peligroso que es eso para esos derechos que tanto defienden. Porque el gran logro de los derechos no es que los pueda reconocer el partido de turno y los imponga, sino que el conjunto de representantes políticos de cualquier partido, mediante el debate y el consenso, mediante la defensa real desde un punto de vista objetivo y verdaderamente social, ganen ese debate mediante el convencimiento de lo que es realmente necesario por encima del conjunto de accesorios con los que adornan realidades que difuminan en ocasiones la verdad.
A menudo sobre estas cuestiones suelo hablar, casi con miedo, del efecto muelle que la imposición, a lo largo de la Historia, ha podido provocar en las sociedades. Y es que una verdad impuesta no deja de ser un mal remiendo que tapa un boquete en el muro de una sociedad que nos mantiene a todos. Y los malos remiendos no sólo no corrigen el error, sino que pueden provocar un mayor daño cuando se desprenden.
Eduardo Galeano, periodista y escritor afamado de izquierdas uruguayo, dejó claro, con la perspectiva del tiempo, en su frase “libres son los que crean, no los que copian, y libres son quiénes piensan, no quiénes obedecen. Enseñar es enseñar a dudar”, que la evolución política de la izquierda hoy en día no deja de contradecirse hasta con sus propios principios.